Todavía hay muchísimas personas que aunque viven bajo unos dictámenes de represión se sienten libres, ya que la libertad en cierto modo es un estado del alma.
Una cosa es considerarse libre porque se vive dentro de un país que abandera la libertad, y otra muy distinta es, concederse libertad.
Esta libertad, la de concedérsela, requiere salvar muchos temores y agarrarse fuertemente a la honestidad, sabiendo muy bien y con certeza qué es lo que uno quiere de corazón.
Concederse libertad es asumir que la decisión que se tomó pudo ser la equivocada, aceptando la responsabilidad plenamente, porque la opción elegida no fue condicionada por nadie, ni por nada externo a uno.
Concederse la libertad, es asumir el coste de las decisiones propias, aunque también hay que pagar un alto precio por tener la osadía de desafiar a la sociedad. Por declararse con plena libertad para decidir cómo vivir la vida, por despegarse de actitudes, de dogmas, de creencias vacías, de normas que cumplir que no son dictado de nuestro corazón, del porque sí, porque lo digo yo. De todo esto y de más …
Concederse libertad es vivir sin aferrarse a mitologías y dioses externos. La libertad es tan importante, que no se puede renunciar a ella ni por un momento, ni por un concepto, ya que la libertad es la capacidad de poder optar entre posibilidades, ya sean acertadas o desacertadas, pero siempre serán tus posibilidades.
La libertad, nos otorga vivir la vida con total consecuencia, así que, si se es responsable de las decisiones que se toman, se es responsable de todo el conjunto de la vida, de la voz y del silencio, de la soledad o la multitud, de seguir tu camino o el de los demás, de construirte o de des-cubrirte y dejar a un lado las máscaras, asumiendo la responsabilidad de todo lo que soy, lo que pienso, lo que digo, lo que siento.
Vivir bajo la frecuencia de la libertad es descubrir al Dios/Diosa que hay en tu interior.
LUHEMA
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